En este enlace está la traducción del famoso libro "Indignaos" de Stéphane Hessel, que se está convirtiendo en todo un fenómeno de masas, avalado en España por el maestro José Luis Sampedro. Una pequeña obra (12 páginas en esta ed.) escrita por el veterano (93 años) defensor de los derechos humanos francés que llama a las generaciones más jóvenes a despertar, indignarse y a la insurrección pacífica.
"Hessel, indignado por la absoluta decadencia actual, se pregunta cómo es posible que con las circunstancias del pasado, tras la Segunda Guerra Mundial, se pudiera crear una sociedad relativamente justa a pesar de la precariedad, y hoy, con la abundancia actual, tengamos que tolerar cambios que reducen y tiran por tierra el bienestar obtenido en tiempos mucho más adversos.
Hessel diagnostica también la situación actual: La situación actual es causa de la dictadura de los mercados, la ausencia de regulación de los sistemas de financiación ha convertido al mundo en un lugar muy injusto, con el consentimiento de los políticos u la omisión de cumplir su obligación convirtiéndose en unas marionetas a voluntad de los mercados en vez de luchar por conseguir una sociedad basada en valores.
Europa está abandonando cobardemente los sólidos principios conseguidos para conciliar la libertad y la igualdad, la economía y una sociedad justa. En esta situación, la ciudadanía no debe callar, la casta política no está a la altura de las necesidades actuales."
(tomado de http://www.indignaos.com/indignaos-libro)
La Xunta de Galicia ha adjudicado el parque eólico en Serra do Galiñeiro, obviando no sólo que una infraestructura de este tipo destrozará uno de los mayores y más hermosos perfiles paisajísticos de toda la comarca, sino también afectará muy negativamente a todo el conjunto de inmensos valores naturales y culturales del Galiñeiro. Aún por encima, nos suben la luz, y aún por encima la empresa beneficiaria, con un nombre tan sugerente y gallego como Terra do Vento S.L. es una empresa fantasma creada específicamente para participar en el concurso eólico gallego, cuyo único propietario es Element Power España que ni siquiera es tampoco de capital español: su propietaria es el fondo de riesgo norteamericano Hudson Clean Energy Partners, cuyo accionista mayoritario es el banco suizo Credit Suisse.
De nuevo, unos politicastros intentan aprovechar su paso por la administración pública para comerciar con nuestro patrimonio y nuestra herencia de cualquier forma, a cualquier precio, colaborando en la destrucción de los recursos naturales gallegos que más tarde tardaremos años en subsanar, si es que el mal ya no es irreversible. Unos "molinillos de nada" también pusieron en Serra do Xistral destrozando completamente uno de los más bellos enclaves gallegos para darnos a cambio cuatro euros. Ahora pretenden hacer lo mismo con el Galiñeiro, pero le ceden el honor a los americanos y a los suizos.
¡No a la crucifixión del Galiñeiro! ¡Hay que impedir la destrucción antes de que se produzca!
A estas alturas del tema, cuando van desapareciendo las oscuras nubes de la demagogia, parece ya reconocerse con meridiana claridad que esta crisis ha sido orquestada por los mercados, organizada y premeditada en los despachos. Esos mismos despachos ante los cuales nuestros gobiernos compiten por arrodillarse, la mayor parte de las veces cómplices, otras actores necesarios para reaccionar de la forma prevista. Todo está saliendo según lo planeado.
Primero, los mercados financieros organizan una crisis de la que salen impunes, inmaculados y reforzados. Se repartieron a priori todo el dinero de los fondos bancarios para poder sustituirlo con dinero de los fondos públicos en una enorme maniobra de desvalijo histórica e inaudita. Le han ganado la partida a nuestros gobiernos, en gran medida porque nuestros gobiernos están a otra cosa (conseguir el poder político o mantenerse en él) y por ello son débiles, encabezados por élites populistas títeres del poder económico, compuestas a partes por cómplices, por incompetentes y por candidatos a ingresar en lo privado dispuestos a hacer todo lo que se les ordene. Unos gobiernos que defienden estar legitimados por una democracia que sólo existe nominalmente, donde hasta en los países teóricamente más aventajados se venden y compran votos en los parlamentos a plena luz del día, y donde el derecho a discrepar del ciudadano ha sido prohibido cuando no sigue los cauces dispuestos para poder ser neutralizado. El sufragio universal como legalizador de la plutarquía: han conseguido apartar los guisantes del plato, utilizando de la democracia solamente aquello que sirva a sus fines. Segundo, tras crear las condiciones de la crisis haciendo tambalear las finanzas de los estados, poniéndolas al borde del abismo, los mercados especuladores atacan al unísono a los países más expuestos, uno por uno, en varias fases, de modo consecutivo. "Divide y vencerás" es la máxima, potenciada por el hecho de que el resto de países que siguen en pie ayudarán a pisotear al atacado para ganarse alguno de los despojos sobrantes. Europa es el bombón a repartir, porque Europa tiene mucha pasta, Europa adora al Dios del Consumo cuyos sumos sacerdotes son los mercados, y Europa nunca ha estado unida: no hace falta mucho esfuerzo para trocearla y comérsela . Tercero, "la bolsa o la vida". Una vez que los mercados han desarmado al estado en cuestión, y atacado juntos para que el golpe sea mayor, comienzan a asfixiarlo proponiendo (propiamente, exigiendo) aceptar sus condiciones para el supuesto remedio: la receta es que para imponer una condición hay que hacerla más digestiva exponiéndola como el remedio a un problema; creando el problema, justificarás la necesariedad del remedio: ante el problema de la crisis se propone maquiavelicamente la privatización de lo público (reparto de nuevas áreas de negocio para lo privado), reducción de derechos sociales y estado de bienestar (sanidad, educación, pensiones...), reducción de salarios, facilidad de despido... Supuestamente todas ellas soluciones a un problema artificialmente creado a priori por los mercados, un problema que paradojicamente tiene su origen en el liberalismo capitalista, y el objetivo de lograr mayor rentabilidad, mayores ganancias para una reducida minoría a costa de la ruina de la mayoría. Estados enteros embargados por aceptar créditos de los mercados que ellos mismos han rescatado, el FMI y el Banco Mundial como una nueva ONU fuera de todo tipo de control democrático. Ni siquiera ha hecho falta usar la palabra mágica ("competitividad") que habían preparado para chinificar nuestras condiciones laborales (China, el gran ejemplo a seguir para los mercados: dictadura+capitalismo). Por ahora, sólo por ahora, les ha resultado suficiente el chantaje impuesto a nuestros gobiernos (débiles, incompetentes y/o cómplices) y la falacia de la "supervivencia" económica para que la mayoría de ellos aceptaran renunciar a nuestros derechos (económicos, sociales y democráticos), por los que tantas generaciones anteriores de ciudadanos han luchado. Una falacia, porque no necesitamos ninguna de estas medidas para sobrevivir sino para condenarnos a malvivir; como solución, solamente necesitamos que los especuladores dejen de desbarrar y asfixiarnos y los gobiernos dejen de justificarlos, "de convencerlos", de tratar de "ganar la confianza" de los atacantes. Es el sistema bancario y financiero quien está colapsando nuestras economías ¿cómo podemos admitir que sea él quien imponga las normas, cómo podemos creer que sean válidas sus soluciones? El capitalismo salvaje al que están abocando todas nuestras relaciones económicas es la gran amenaza para nuestros derechos y nuestras libertades, que ahora están en juego. Hay demasiado en juego. Y por ello no nos debemos conformar solamente con el derecho y el deber de consumir al que nos relegan. Los mercados especuladores son nuestros enemigos, los gobiernos cómplices de los mercados especuladores son nuestros enemigos. Y nosotros somos, de nuevo, el pueblo que debe luchar contra los enemigos de su libertad para garantizar una democracia real.
Islandia siempre ha sido un país different: por una cosa, por otra, por otra o por otras muchas, Islandia es ese país que siempre encabeza las listas de las cosas buenas y cierra las listas de las cosas malas, donde el auga sale hirviendo a chorrazos del suelo y una mujer indígena comprometida puede convertirse en el personaje más valorado por la sociedad. Y qué poco sale Islandia en la tele...
Islandia en los años 80 vivió su propia burbuja inmobiliaria que motivó el aumento de la construcción y la inversión: el dinero salía a chorrazos del suelo, pero como las burbujas son burbujas aquí, en Islandia y en Pernambuco, nos hizo boom. Islandia se fue al carallo directamente, quiero decir, hablando con propiedad: el sistema financiero de Islandia (los bancos privados) se fueron al carallo. Casi casi como acaba de suceder en Irlanda. En ese momento se destapó que los bancos privados ingleses y holandeses habían hecho en los bancos privados islandeses una enorme inversión que ahora sería difícil recuperar, por lo que los gobiernos públicos ingleses y holandeses llegaron a presionar tanto al gobierno islandés como para querer declarar a Islandia "organización terrorista" en caso de que unos bancos no le pagasen las deudas a otros. Lo de siempre: los bancos capitalizan las ganancias y nos reparten sus pérdidas, usando los gobiernos como instrumento de aval democrático. En fin, recurrieron aquí a la vía del culebreo "Por qué crearme yo mala imagen si lo puede hacer el FMI", por lo que se pretendió seguir el método de eficacia probada, por ejemplo en Grecia y en tantos otros países: se unta a los gobernantes (por ejemplo, una jubilación futura en un suculento puesto de asesor en una entidad de análisis de cualquier chorrada) y se les "permite" aceptar un crédito del FMI; traducido: el gobernante temporal embarga permanentemente al país aceptando en su nombre un crédito con unos intereses de vértigo. Ese dinero se ingresa directamente en las cuentas de las empresas y bancos privados extranjeros con los que se ha contraído la deuda, y el país se queda esclavizado económicamente para pagar los intereses de un dinero que no ha disfrutado y que, mira por donde, probablemente vaya también a las cuentas de los mismos bancos. Vaya, la conocida "deuda externa" que venimos imponiendo desde siempre al 3º mundo, pero ahora también en Europa y con la guasa de que, como guinda del helado, hemos gastado los ahorros públicos en "rescatar" a esos bancos con los préstamos que ellos mismos nos han dado. La monda. La diferencia en el caso que nos ocupa es que Islandia tiene un modelo democrático y social como para mojar churros. La mejor educación, la prensa más objetiva, la población más participativa en las administraciones... todas esas noticias que nos salen aquí en la tele, entre La Noria, el Sálvame Deluxe y el Barça-Madrid. Y eso se acaba notando. Los islandeses no sabían protestar (no lo necesitaban hasta el momento) pero aún así se echan a la calle en espontáneas manifestaciones. La banca islandesa se pone nerviosa, sigue presionando para que se acepte el préstamo del FMI, y Europa (la banca privada europea) pone encima de la mesa el caramelito de que Islandia se integre en la UE por procedimiento abreviado, para así tenerlos con la correa corta: asegurarse de que apoquinan religiosamente. Pero no cuela: los ciudadanos islandeses tienen claro que si la deuda ha sido creada por la banca privada debe ser la banca privada quien pague. Y si no puede, que se vaya al tajo, como todo dios. Inglaterra (la banca inglesa) aplica entonces a Islandia la ley antiterrorista para congelar sus dineros, poniéndolo en la lista negra junto a Corea del Norte, Sudán o Al Qaeda y repite: elegir, bancarrota o préstamo del FMI e ingreso en la UE. El gobierno, en contra de la voluntad popular, acepta el préstamo. 10.000 ciudadanos islandeses se concentran entonces en la plaza del Parlamento en Reykyavik, con un frío del carajo, gritando "¡No podemos esperar más, los queremos fuera ya!". Si antes querían que se largara la banca especuladora, ahora también quiere que lo hagan los políticos colaboracionistas. Los manifestantes ocupan el Banco Central; el 8 de noviembre un anarquista sube al tejado del Parlamento, arría la bandera islandesa y la sustituye por la bandera de los supermercados Bonus (los más baratos de la isla) representada por la cabeza de un cerdo: si el capitalismo de mercado gobierna Islandia, que su símbolo presida el parlamento: las 10.000 ciudadanos de la plaza estallan en el grito "¡El gobierno es un cerdo sucio y barato!" y más tarde "¡Salvemos Islandia!". Ante el cariz que están tomando los hechos, el gobierno se ve obligado (recordemos que estamos hablando de Islandia, y allí estas cosas pasan) a convocar un referendum en el que los islandeses deciden por un 90% que: a) No les dá la gana de pagar la deuda de los bancos privados. Que se la paguen ellos. b) En cuanto a ingresar en la UE de los bancos: no, gracias c) En cuanto al préstamo del FMI: que se lo metan directito por el orto. Van a intentar no pagarlo. La banca pierde, la banca paga. Y el FMI es la banca. Todo el gobierno islandés dimitirá en bloque. Todo. Se crea el Best Party, un partido político creado por artistas, músicos, escritores, dramaturgos... y en seis meses se presenta a las elecciones municipales con un programa-performance surrealista en que prometen ser corruptos, pretendiendo una crítica al sistema. El Best Party gana ampliamente las elecciones en la capital del país, y al hacerlo, como todo político corrupto y mentiroso que se precie, renuncia a aplicar todos los puntos de su programa salvo uno: crear una cárcel en alta mar donde encarcelar a banqueros especuladores y políticos corruptos y replantear las bases de su sociedad bajo la óptica del anarquismo para conseguir una mayor participación ciudadana. Poco después, los islandeses eligen a un nuevo gobierno nacional de izquierdas (de izquierdas de las de verdad), que busca replantear todo el sistema legislativo y electoral para que sea más representativo de la voluntad popular, apoya una asamblea autoconstituída de ciudadanos para definir el guión de una nueva constitución más democrática, y exige responsabilidades: en vez de premiar a los banqueros que han llevado el país al borde del caos, como hace todo país "responsable" de occidente, encarcela a los banqueros corruptos y emite órdenes de busca y captura internacionales para los que se han marchado con sus beneficios bajo el brazo. Total, respetando absolutamente las leyes del mercado de las cuales los bancos son sus máximos exponentes, dejaron que se fueran al tajo los bancos que se tenían que ir al tajo y aprovecharon la coyuntura para cambiar el modelo social hacia uno más justo y democrático. Algo totalmente distinto a la forma de solucionar las cosas en Irlanda, que "hizo bien los deberes", "consiguió la confianza de los mercados" y milongas variadas con las que se ha embargado al país. Un modelo que los gobernantes españoles (buen perrito, buen perrito) estan eligiendo como modelo y que la población acepta porque "es lo que hay". Claro está, los economistas anunciaron el apocalipsis para Islandia. Todos auguraríamos que estas medidas llevarían a Islandia al aislamiento, a la Edad Media. Pero los economistas a sueldo de la banca son como un ligue de discoteca a altas horas: siempre prometen más de lo que finalmente nos darán. Y el resultado de la voluntad democrática islandesa ("anarquista" y "terrorista") frente a la banca privada, jugando en casa de ésta última, ha sido éste: http://www.elpais.com/articulo/economia/islas/hundidas/banca/elpepieco/20101205elpepieco_3/Tes. Y qué poco sale Islandia en la tele... Y fueron felices y comieron salmones y arenques. ¿La moraleja? Pues supongo que las sociedades que consiguen un mundo mejor son aquellas que luchan por ello y no se dejan vencer por el conformismo, la comodidad y el miedo al cambio. Los sociedades que logran un mundo mejor son aquellas que creen en el valor de las personas en conjunto y en la esperanza de un futuro preferible, las que están dispuestas a aceptar sus deberes y no solamente a reclamar sus derechos, y las que entienden que los espacios públicos (físicos y éticos) deben ser intocables. Y que los islandeses, como normalmente sucede en casi toda sociedad, tienen los políticos que se merecen, en este caso aquellos que respetan la voluntad soberana de los ciudadanos, y aquellos que asumen sus responsabilidades en caso de equivocación. Si queremos mejor gobierno, deberemos tener a mejores gobernantes y eso sólo puede suceder si tenemos una sociedad más sana. Aunque Islandia no salga mucho en la tele, podríamos parecernos más a Islandia, siempre y cuando comprendamos que parecernos a Irlanda es mucho más fácil.
China y Australia bloquean el acceso a Wikileaks, parece que en UK también están en ello. La Interpol dicta orden de busca y captura para Assange porque Suecia lo ha acusado de "violación"... no, primero de violación, luego se le retiró la denuncia... y ahora aparece otra de acoso sexual. Senadores republicanos en EEUU piden que Wikileaks se considere una organización terrorista. Leire Pajín dice que tienen que evitarse más filtraciones para "proteger a las personas", obviamente a las que están en el poder. Un asesor del Primer Ministro canadiense pide desde la televisión que se le asesine! Este es el mundo que tenemos, este es el dominio que pretenden sobre sus súbditos quienes nos gobiernan. El abismo entre gobernantes y gobernados se hace más y más grande.
Wikileaks ha hecho pública información secreta, sí: información que evidencia que la ley no es igual para todos (para nosotros una, para ellos otra) y que la mentira masiva a los ciudadanos que dicen representar es de uso común y cotidiano. "No han aportado nada que no supiéramos", es lo más frecuente que escucho en boca de aquellos periodistas y medios que se han encargado siempre de propagar como verdad sólo las "evidentes" mentiras de unos, y que demuestran así su colaboración con la élite gobernante para mantener la ignorancia del pueblo "soberano". Si ellos ya lo sabían, me parece un poco tarde como para que comenzaran a trasladárnoslo. Antes suponíamos, ahora sabemos. Esa es la diferencia. Nos amenazan con supuestos peligros. No hay peligro alguno para la "seguridad nacional" porque quienes manipulan la seguridad nacional son los mismos que nos manipulan a todos, a los ciudadanos chinos, a los ciudadanos argentinos, a los ciudadanos estadounidenses, a los ciudadanos españoles... Sólo podría peligrar el status quo de los gobernantes injustos. Mientras intentan correr tupidos velos por sus vicios, miserias e ilegalidades, asistiremos a cómo todos los mentirosos se alían y conjuran los recursos del Estado para callar de cualquier forma a quien solamente expone la verdad desnuda. Las cloacas de la política en que se mueven aquellos a quienes se les llena la boca con las palabras "libertad" y "justicia" que han vaciado de contenido. Si, como espero, comienzan a publicarse aquellos documentos que evidencien la unión endogámica entre poder político y poder económico todavía me quedará esperanza alguna de cambio. Sin embargo, creo que asistiremos a la quema del justo en la plaza del pueblo a la hora mandada. Iremos con una bolsa de palomitas en una mano y un voto electoral en la otra. Como es de recibo. "Pensaremos que ese Assange... se pasó un huevo". Comeremos una chocolatina y aplaudiremos con entusiasmo cuando el encargado de sala realice la señal. Miraremos para otro lado mientras arde, no cuestionaremos al nuevo Reich ni de palabra ni de pensamiento con la esperanza de poder salvar de la hoguera al menos el sofá del salón, a nosotros mismos... aunque ya estén rociado nuestras piernas de gasolina. "La reacción de la gente a las filtraciones de wikileaks no es más que la confirmación de que el pueblo es imbécil. Ahora el ciudadano ya no quiere ser un ciudadano libre. Sólo quiere ser un contribuyente tranquilo." Woody Allen
O artigo do post anterior foi o derradeiro que escribo para o xornal A Peneira. De feito, nin sequera vai ser publicado. Sinto despedirme deste xornal que apreciei durante tanto tempo desta forma, palabra, pero a miña sempre foi unha «Zona temporalmente autónoma» que trasladará o seu radio de acción a outros espazos seguindo o ditame das circunstancias. Acollo esta ruptura con sabor agridoce: doce e agradecida polo vivido e porque me anima a novos proxectos que tiña na despensa. E áceda e amarga polas circunstancias. Foi en agosto de 2004 cando Antón me propuxo colaborar coa nova publicación local nunha columna mensual de opinión persoal. Sen ningún condicionamento, sen censuras nin restricións de calquera tipo. Despois de seis anos de colaboración ininterrompida debo dicir que aquela promesa foi comprida absolutamente, e que resultou unha experiencia moi positiva e gratificadora. Foi unha proposta que remata agora con máis de setenta artigos publicados en «Zona temporalmente autónoma» a cambio do agradecemento dos traballadores do xornal, dos parabéns ou críticas de tantos lectores cos que compartín impresións e conversas nas rúas do Porriño e da propia satisfacción persoal. Enfrontarme cada mes coa miña carilla en branco foi unha recompensa coa que me deleitei ás veces para denunciar, outras para reflexionar sobre cuestións diversas e moitas outras para tentar provocarlles ese necesario sorriso nos beizos falando das nosas cousas. Neste blog quedan todas aquelas horas de traballo, repito, desinteresado. Naquel proxecto que comezou no 2004 foron sumándose colaboradores e traballadores, naquelas páxinas encontreime con Diego, con Juancho, con Amparo, co meu estimado David… aquela xeración de rapaces e rapazas do Porriño que coñecía dende pequeno e que agora tiñamos a oportunidade e a responsabilidade de comunicarlles. Pero tamén traballadores, para conseguir que A Peneira chegara ás súas mans cada mes de xeito gratuíto coa información da Louriña e moito máis. Eses traballadores veñen de comunicarme que Guillermo Rodríguez Fernández, director da Peneira, alegando problemas económicos, acaba de despedir á plantilla do xornal (3 traballadores contratados e 2 externos) despois de seis meses sen cobrar e sen pagarlles as indemnizacións que lles corresponden. Os problemas económicos non evitaron que o empresario contrate os servizos dunha nova plantilla para sacar á rúa novos exemplares dunha Peneira que xa non será A Peneira. Ou polo menos xa non será a miña Peneira. A dirección do medio de comunicación tampouco tivo a ben comunicarme nada deste tema despois de seis anos de colaboración coa súa empresa. E comprenderedes que, de calquera xeito, eu xa non podería colaborar cun xornal así. Na miña columna sempre tentei plasmar que hai determinados valores que están por riba de todo: o respecto aos demais, a honestidade, a xustiza que non é sinónimo de legalidade. A derradeira defensa deses valores é solidarizarme cos meus compañeiros e abandonar a miña relación co xornal. Rescindo así o meu oficioso contrato nestas liñas, apenado pero agradecido, agradecéndolle a Antón, a Diego e aos demais traballadores do xornal o seu traballo e desexándolles sorte nas súas xustas reclamacións laborais por vía xudicial; trasladándolle aos meus compañeiros de columnas que foi un honor compartir páxinas con eles e agradecido aos meus lectores esperando que lles resultaran escandalosas e interesantes as miñas denuncias, participaran nas miñas cavilacións e propiciara as súas propias reflexións, fóranlles útiles os meus consellos e conseguira arrincarlles un agarimoso sorriso nestes malos tempos que corren nos que estamos a volver á selva e ao neanderthalismo. Nestes tempos de totalitarismo económico nos que hai que ser belixerante e alentar a acción directa. Enarbolar a bandeira negra. Foi un pracer ofrecer as miñas palabras ás súas lecturas. Pagou a pena, e moito. De seguro nos encontraremos xuntos de novo. Con todo, lector ou lectora, despídome desta última carilla da Peneira con sincero agradecemento e cun agradecido punto e aparte
(Non publicado en Zona Temporalmente Autónoma, A Peneira nº 73– Ano VII –agosto, 2010)
A ver si estes canteiros acaban dunha vez por todas coas montañas para que corra algo de brisa no Porriño. Que non hai quen pare, caramba. Que levo un mes de romaría pola noite, na habitación, abre a ventá apaga o ventilador, aparta a saba da cama pecha a ventá, acende o ventilador, levanta, bebe, mexa, abre a ventá, blasfema, apaga o ventilador e pecha a ventá, o carallo. Que parece que vivo en Tombuctú. Chegando a mañá esperto morrendo co sono, abro a ventá do salón por ver se apaño algo de aire e entra a traizón por ela unha nube piroplástica de calor, e de sol, e de ruído, e de contaminación e de que sei eu. Camións para un lado, coches para outro, avións e trens e motores fumegantes. Dióxido de carbono e unha calor asfixiante. Calor sofocante. Quecaló. Asomo a cabeza para confirmar que ao Parque do Cristo nin chegaron as dunas nin os camelos, soamente catro ou cinco gorrións mareados, abaneando aletargados nas polas, e algún peregrino desfogado co mochilón repleto de paraugas, chuvasqueiros e calzóns largos de flanela pensando Me cajo na Wikipedia e na Lonely Planet, reflexionando o desinformado turista que veu a encontrarse consigo mesmo no «solitario camiño da Galicia máxica e verde» e acabou encontrándose con todo dios menos consigo, para culebrear por entre as medianas, dende o cemento aceitoso e quente do Polígono Industrial continuando polo asfalto ardente do arcén da estrada para Redondela. Porque isto é estupendo. Ter o clima tropical das Rías Baixas e non ter nin ría para mollar as pernas. Non somos nin da Galicia interior dos mil ríos nin da refrescante Galicia costeira. Quedamos no medio, somos meridianos, das Rías Baixas debemos ter a altitude baixa e a calor. O bochorno. Maldito sol!, canto clamei por el durante os dez meses de inverno e agora como peja impasible toda a tarde na ventá do salón mi madriña, acristalado dende o teito ata o chan. E alí estou eu, botando crema protectora do 25 para axexar polo escaparate urbano do pisito, asfixiadiño, en calzóns, que nese percal máis parezo unha profesional do Barrio Rojo de Ámsterdam que un individuo porriñés sen tempo hoxe para achegarme a Patos e remollar o sentido. E dicirlles aquelo de que a auga ao principio está algo fría pero logo xa que non... Aquí non. Aquí de frío temos o Calippo de fresa e de lima, o Cornetto, o Frigodedo e Frigolouro, que debe dar frío para dentro porque para fóra non da. Ao contrario. Neses días no que o mercurio está en ebulición no termómetro, nesas xornadas nas que pensas en abrir a neveira, tirar cos iogures desnatados e probar a meter a cabeza dentro, non tes mellor idea que aquela de desprecintar a ventá do salón por ver si nos corre a brisa un pouquichiño. Pero a brisa non corre, que va, a brisa estará correndo por Patos co resto, digo eu, ou espera ata a noite para correr que vai máis fresco. Condenada. Alí fora non corre nada home. Que vai correr! Fai tanta calor que os lagartos arnales están facendo largos no Louro. E ti comezas a suar e a suar, e miras para Frigolouro e lees «Coren» e, palabra, que ás veces parece que me saen ás e pico e comezo a xirar e dar voltas e voltas no salón como se fora un derviche e me sinto un poliño asado visto a través do cristal, un poliño de Coren desplumado e viscoso cociñándose ao espeto no asador da Louriña. Cagoentó, tiven que facer algo necesariamente malo nunha vida anterior. Consólame que non exista nada perfecto neste mundo. Nada. Ata Casillas ronca polas noites na cama e Sara Carbonero, mosqueada, despeluxada, pégalle co brazo e grítalle «Iker, mecagoentó!». Non se crean. Brad Pitt mete barriga nas fotos, e O Porriño tampouco lles é perfecto, que lle imos facer. Na Louriña temos moitas virtudes pero a climatoloxía non é unha delas, por iso aos turistas vémolos de paso. Aquí temos a industria, a pastuqui. Non somos nin os altos nin os guapos na pandilla da comarca pero somos os que pagan as copas. Os pagafantas da mancomunidade. Por supostísimo que temos moitas virtudes máis, por descontado: quedamos cerca de todo e somos boa xente que leva as cousas con filosofía neste braseado val medianeiro sen costa e con río lagarteiro. A ver si, polo menos, nos poñen tamén un parque eólico deses e nos corre algo de brisa, que aquí non hai quen pare.
(Publicado en Zona Temporalmente Autónoma, A Peneira nº 72– Ano VII –xuño, 2010)
Ao concluír a II Guerra Mundial, os habitantes da illa filipina de Luzón tiñan un problema considerable: a contenda rematara demasiado pronto para darlle saída «comercial» á grande cantidade de armamento que os aliados lles almacenaran na zona. Os americanos cortaran polo san en Hiroshima e Nagasaki... xa saben como remataba esa historia. Sen embargo, a historia dos habitantes de Luzón comezaba, porque alí se atopaban eles pensando como desfacerse daquela enorme cantidade agora inútil de bombas, granadas, dinamita e demais artefactos e trebellos de comunicación humana que lles deixaran ao lado, utensilios que unha vez asinado o armisticio pasaran de ser armamento para converterse en cargamento. Nunha carga, demasiado perigosa para ter almacenada na porta da casa en espera de tempos peores. Os luzonitas, luzonianos, luzoneños, luzoñeses ou filipinos non se romperon demasiado a cabeza: víronse rodeados de mar, e a trapallada explosiva acabou no mar. Sorpresa. Os luzonienses descubriran con grande algarabía e de modo fortuíto a «pesca á dinamita», palabra, e na idea de que a súa intelixencia conseguira converter un problema nunha oportunidade comezaron a explotar a rica biodiversidade da costa filipina. Fantástico. Porque a onda expansiva da detonación mata a todas as criaturas que se atopan nun determinado radio de acción un xa non ten que baixar a polos peixes. Xa soben eles sós. De tal xeito que uns anos despois de comezar aquela actividade tan rendible e tan pouco sustentable, os luzoneses acabaron sen bombas, sen peixes e case sen costas. Así, con perspectiva histórica, os luzoninos filipinos pasáronnos de ser uns fenómenos a ser uns animais. Uns cabestros, que tanto poderían pescar rapes con dinamita como apañar as patacas con bombas de uranio empobrecido ou colleitar o millo con bazoka. Non demos ideas. Funcionara de novo a recorrente máxima de «pan para hoxe e fame para mañá» que os humanos temos a teima de repetir e repetir ata que o egoísmo cruza as fronteiras da estupidez para chegar ás diversas formas de suicidio colectivo. Calquera pode entender que unha explosión na auga fai máis doada a captura do quilo de sardiñas que un quere, poño por caso, pero tamén extermina un cento de quilos de sardiñas que non necesita, e do resto de peixes que se atopen no seu radio de acción, que tampouco precisa, e de todos os peixes, mariscos, mamíferos, invertebrados, e do plancton que alimenta a gran parte das criaturas mariñas, e de regalo afasta ao resto de bancos de peixe que outros xa non poderán nunca pescar. Chámanlle tamén «pesca de descarte», e con dúas bombas e uns minutos de observación a intelixencia de calquera pode alcanzar a comprender as súas nefastas consecuencias. Aos luzonianos dos anos corenta poderíaselles escusar, sendo xeneroso, a súa inconsciencia sobre que os recursos mariños teñen uns límites. Non a súa estupidez. A os pescadores galegos do ano 2010, nin se lle escusa a estupidez nin a inconsciencia. Aos pescadores de sardiñas que recén colleron con dinamita e a moitísimos máis que non colleron, non se lles escusa pero nada. O seu non é un problema de inconsciencia: é unha cuestión de economía de valores, prefiren arrasar as nosas costas se iso lles proporciona máis cartos con menos tempo e esforzo. Algunhas persoas caen na trampa de xustificar dalgunha forma os seus actos co argumento de «levar o pan ás súas familias», unha variedade do todovale, creando unha especie de opinión pública chea de interrogantes, de condenas a medias, de silenzos comprometidos que non parecen tan comprometidos coas consecuencias deste tipo de pesca: pescar con dinamita significa negarlle o pan a milleiros doutras familias durante xeracións. Esas escusas rumorosas dalgúns cidadáns, medios e organizacións sociais, políticas e económicas, esas condenas a medias (veremos en que acaba todo isto) son as mesmas que se produciron cando unha manada de armadores e pescadores botaron do porto de Vigo, literalmente a pedradas, ao barco de Greenpeace no 2004 que viñera concienciar contra a pesca de arrastre, outra sutil arte de destrución mariña. Daquela chamáronlles aos ecoloxistas «terroristas do mar», unha expresión que se revela paradoxal coa perspectiva do tempo nas súas bocas, e nos seus actos que entón non recibiron case critica algunha da opinión pública. Sen embargo os mares non son destes tipos, os mares son de todos. A sociedade lles concede o dereito de colleitar do mar temporalmente e comerciar segundo determinadas normas para que o beneficio persoal non provoque un prexuízo colectivo. Esa xente non soamente está a destruír os nosos recursos naturais, xa de por si febles, senón tamén os nosos recursos medioambientais, económicos e as posibilidades laborais dos fillos doutros pescadores e de todos, nunha terra que leva vivindo do mar centos de anos. Os luzonienses filipinos - e aquí remata a súa historia – comprenderon un bó día cara onde camiñaban e non demasiado tarde cambiaron a súa actitude. Non só abandonaron as súas prácticas destrutivas, senón que se pasaron á pesca sustentable e a un ecoloxismo convencido. Na actualidade as súas costas, de novo ricas en biodiversidade, volven a aportarlles inxentes cantidades de peixes de todo tipo e ingresos turísticos dos buceadores que van admirar a riqueza natural dos seus fondos mariños que correron o risco de desaparecer. O tempo exculpou aos pescadores luzoneiros da estupidez, veremos se tamén exculpamos aos nosos antes de que sexa demasiado tarde.
O especulador é un ser a medio camiño entre a realidade e o mito, como o chupacabras. Unha especie de críptido contemporáneo que se agocha nas bolsas de valores, debaixo dos escritorios dos señores deputados e no interior das axencias de valoración de riscos. Ao especulador intuímolo polas súas accións: a gasolina sube periodicamente por culpa dos especuladores, o boom inmobiliario foi creado polos especuladores e 1.000 millóns de persoas pasan fame no mundo por cousa dos especuladores. Incluso a crise económica foi provocada polos especuladores, faltaría máis. E a pesar de que o especulador está detrás de cada tropezón que nos da este sistema capitalista, este mercado que se vai parecendo cada vez máis a unha praza de abastos; e a pesar de que é culpable da maioría dos males do noso tempo e ten unha participación tan activa nas nosas vidas, aínda non sabemos moi ben que aspecto ten o especulador. Xa me entenden: onde vive, cales son as súas costumes, cando lle toca a época de apareamento. Unha cousa fantástica. Entendemos que se trata dun ser misterioso, cuns hábitos moralmente cuestionables, a quen se lle achacan todos os males dende a política e a economía cunha determinación asombrosa para un ser case abstracto. Un bicho nocturno, sen cara e sen nome. Se os nosos gobernantes, Obama incluído, Ahmadineyad tamén, e toda esa clase media e traballadora que nos representa nos parlamentos teñen tan claro que o especulador é o inimigo deberían ser quen, a estas alturas, de comentarnos de pasada que xa teñen a algún identificado - coidado cos espellos, “especular” tamén pode referirse a verse no espello. Porque entendemos que contando ao seu servizo con todo o aparato policial do planeta, os nosos gobernantes poderían mirarnos iso, polo menos. Non vaia ser que acabemos no recurso fácil e rematen os nenos botándolle a culpa aos especuladores porque falta un paquete de galletas na despensa. Poderiamos comezar buscando no hábitat bursátil, non creo que os especuladores traballen co trueque, e despois de todo, si especular é “efectuar operacións comerciais ou financieiras, coa esperanza de obter beneficios baseados nas variacións dos prezos e dos cambios” poderíamos definir a Bolsa como “lugar de especulación” e iso xa sería un progreso entre tanta confusión. Un indicio, un avance, un sitio por onde comezar a buscar o condenado bicho.
Lamentablemente, os xornais vellos úsanse moitas das veces para poñer no chan mollado da cociña, e así, as noticias e a nosa historia van desaparecendo a cada paso que damos. Non me digan. Non me digan que nos olvidamos de todos aqueles presidentes e presidentas por outono do 2008, cando á banca fóiselle a man recollendo os beneficios que, para variar, non eran os deles. Pensaron daquela que os cidadáns iamos montar adediosescristo nas rúas, e saíron á palestra para dicirnos que fora cousa dos especuladores de novo, malo raio os parta, falándonos de ética, de eliminar os paraísos fiscais e de refundar o capitalismo. Logo, xa saben, non lles foi para tanto a protesta, e tiveron a boa idea de darlle outra vez a El Dioni as chaves do furgón, é dicir, encargarlle aos responsables do sistema económico que arranxaran os problemas creados por eles mesmos cos nosos cartos. E aquí seguimos aforrando e recortando para entregarlle os pesos ao mercado, a ver si somos quen de gañar a confianza dos inversores, mecachis, tentando que os especuladores arrasen e se repartan primeiro outro país que non sexa o que nos queda deste.
Pero dos especuladores ni fú. Ni fá. Seguimos sen ter máis datos ao respecto. Un rostro, unha dirección, un nome... aínda que sexa un mote. Que no sé quién me pone la pierna encima para que no levante cabeza. Sen embargo, como se foran doncellas virxes que se ofrecen en tributo ao dragón, os nosos gobernantes ofrécenlle na entrada da oscura cova recortes de gasto público, beneficios fiscais e flexibilizacións laborais, tentanto aplacar a voracidade do dragón especulador coa esperanza de que algún día decida, por el mesmo, de buen rollito, pórse a dieta e deixarnos vivir en paz. E parece sorprendente que a pesar de ternos papado gran parte do estado de benestar o dragón non alcanzara unhas dimensións tan considerables para que os nosos gobernantes, de común tan perspicaces, o deran recoñecido e nos dixeran “Nenos, aí temos un especulador, imos a por el”. Localizar bicho, eliminar bicho. Debe ser que usan brebaxes namoradizos para enfeitizar aos nosos deputados e deputadas. E, claro, o amor é cego.
Guiropa. Guiró.....pa. Pasoume outro coñecido polo carril do lado, fungado, guiropa, como unha exhalación e quedo camiñando no medio da aceira algo desconcertado. Non podería asegurar o que acaba de acontecer: el camiñaba avenidadegalicia para arriba, eu ía comprar pan ao Eroski avenidadegalicia para abaixo en sentido contrario. Recoñecímonos ao lonxe, sorrimos, fixemos ese xesto coa cabeza como quen comeza a saudar pero deixa o resto do protocolo para o encontro. Tempo facía que non nos viamos. E no cruce afrouxamos a marcha un instante e cruzámonos sen deternos e dicímonos soamente tres cousas; miramos os reloxos, eu teño que marchar a non sei onde, el chega tarde para non sei que, un día quedamos. Guiropa. Como si nos levara o vento. Nin paramos, non sabemos por que, e queda no aire esa afectuosa palmada que lle ía dar nas costas. Coma nun torneo medieval, usando palabras en vez de lanzas, cruzámonos, dicímonos e seguimos camiñando mirando para atrás, socorrendo unha especie de conversa que avanza traqueteando e vai morrendo en tópicos Poisnada-Poisiso-Veñaentón que se van facendo case inaudibles na distancia durante os vinte metros seguintes mentres imos avanzando cruzando as pernas e mirando para atrás e para adiante para non tropezar. Somos conscientes de que o encontro foi unha trapallada e non desistimos a darlle caput, nin somos capaces de parar, nin capaces somos de arrancar camiñando sen máis e seguimos a afastarnos sorrindo, saudando, guiropa. Recupero o paso, un pouco turbado, un chisco aparvado polo que acaba de suceder. Os pés seguen a camiñar, un detrás doutro, collendo o ritmo acompasado de antes. Un-dous-un-dous. Detente! Dígome detente, obrígome a parar, maldita sexa: vou comprar pan, soamente a comprar pan, non teño necesidade ningunha de andar a correr, sermonéome. Teño gañas de darlle ao Rewind RWD, volver atrás, tentalo de novo, camiñar tranquilo, parar e parrafear co amigo, saber como lle van as cousas, que ven sendo da súa vida e comentarlle como me vai a miña. Pero xa é demasiado tarde e meu amigo apura o paso na distancia para recuperar. Acabaremos pensando que as persoas son esas cousas que te fan chegar tarde cando vas dun sitio a outro. Que son como obstáculos no tempo que hai que sortear. Nas zonas nativas e nas rúas peonís a cousa pode ser aínda peor: tanta xente coñecida e moitas persoas ociosas que potencialmente poden conversar con un: hai que ter o mesmo coidado como se un paseara por un campo de minas. Esquivando os obstáculos como no brilé, hai que ter rapidez, estratexia, intuición e visión de xogo para que calquera amigo ou coñecido non nos impida perder os minutos que temos cronometrados para tirar o lixo. Jesús. Andamos tan apurados nesta vida que a morte espéranos ao final vestida de rugby en posición de cornerback, con proteccións para o choque, acazapada cos brazos abertos para tentar collernos á velocidade á que chegamos. Acojonada. E se nos colle, e paramos, por fin paramos, quedamos desconcertados, Xa está? pensamos, Era iso todo, non hai máis? flipando, cunha certa sensación de mareo, que pasamos pola vida a velocidade de cruceiro, fungados, guiropa, correndo para comprar o pan, acelerados, collendo atallos, esperando impacientes a que remate o programa 6 da lavadora, galopando para ir a traballar e chegando apresurados logo a casa para cambiar a roupa e facer footing antes da cea... unha cea rápida. Café, ginseng, spinning, SMS limitado a 160 caracteres, frases inconclusas rematadas con puntos suspensivos... Non estou condicionado polo tempo: o tempo está condicionado por min, eu vou máis rápido que el, me cago en la leche, eu son o Usain Bolt do reloxo e tiro das agullas deste como si fóra unha mula de noria impulsando o malacate e arrastrando a dar voltas e máis voltas. Unha noria á que estamos atados e coa que xiramos a toda velocidade non sabemos se polo noso impulso ou pola súa inercia. 1101, 1102, 1103... Detente. Tranquilo. Respira. Dígome r-e-s-p-i-r-a. Que non debo ter necesidade algunha por andar correndo dun lado a outro, como unha bola do pinball: que a miña axenda non precisa medir o grosor dun tomo da enciclopedia Espasa. Decátome de que practicamente todo o que considero facer, esas necesidades que me creo na cabeza, molestas como as lombrices nas tripas, poden esperar un día, unha semana, un mes, ou podo tachalas da axenda sen perder un imperio. Que presa teño por andar a correr por esta vida que ven sendo a única que empiricamente pode ser gozada? Por que sempre deixo necesidades como a de vivir para un pouco máis adiante? Por que nunca é o momento de facer o que realmente quero facer? O que me gusta. O querer, que sempre queda en segundo plano por detrás do deber. Todos a correr, para que logo un gilipollas de Walt Street pulse a tecla de billón en vez da de millón e mande todo ao carallo. Mañá aínda será cedo para todo iso. Tomémolo con calma. E comezo a correr, de novo... se cadra aínda dou alcanzado ao meu amigo e tomamos algo, aquelo que tiñamos prometido para que me conte que tal lle vai na vida.
(Publicado en Zona Temporalmente Autónoma, A Peneira nº 70– Ano VII –abril, 2010)
Jacinto entraba puntualmente ás 14,30 na taberna e saudaba cun seco movemento de cabeza.Vestía a boina ladeada, como os franceses, e tiña as botas cheas de pelos e enormes gotas de sangue aínda fresca do traballo. Na man dereita sostiña fumeante o cigarro negro que acendera na porta do matadoiro e que lle duraba exactamente o camiño que tardaba en chegar á taberna. En canto Jacinto chegaba ao seu sitio da barra eu deixaba os deberes do cole a un lado e levantábame presto da mesa. Cuadrábame e levantaba a man dereita para executar o meu diario saúdo castrense. Susórdenes, capitán Jacinto. Jacinto fitábame de pés a cabeza, como pasando revista, e remataba invariablemente cun Descanse, grumete. Botaba unha derradeira calada ao pito e esperaba a que Ramona acabara de encherlle a cunca dun tinto de Barrantes. Ramona collía as cuncas co dedo gordo metido dentro porque tiña a medida situada na base da unlla: en canto o viño lle chegaba a ese nivel, paraba. Esa forma de calibrar a medida do tinto desgustáballe un mundo a Jacinto, que sempre meneaba a cabeza con resignación murmurando Pero que pouca cultura tes, muller, mentres observaba como unha preamar de Barrantes ía afogando o dedo gordo da sorrinte Ramona.
A pesar de que falaba o imprescindible e sempre o recordara entrando pola porta da taberna, contaban de Jacinto mil aventuras vividas en todos os países e mares da Terra, en mil traballos distintos e coas máis diversas e asombrosas identidades. Tíñaselle así por un profesional da vida, con múltiples licenciaturas en Experiencia, másteres varios en Mundoloxía e unha cátedra en Razón e Raciocinio. Un wikijacinto ou unha jacintopedia, razón pola cal as súas opinións gozaban de autoridade e respecto. Cando os contertulios de cunca de mediodía platicaban sobre cuestións superiores, ou as noticias da tele falaban sobre China ou doutra temática inabarcable, agardábase a arbitraxe dos criterios de Jacinto, con sumo interese. Este retiraba os cincentos labios do Barrantes e producíase na taberna un silencio absoluto, no que todos esperaban a súa ocorrencia aguantando a respiración como nun penalti. E Jacinto lanzaba sentencias como O problema de Españistán é que todo dios coñece as regras do fóra de xogo pero poucos saben para que serve un voto en branco. Aquelas ideas explotaban no ambiente da taberna como os fogos de Bouzas, quedaba toda a xente abaneando cos arrebatos discursivos de Jacinto quen, para rematar, e como de regalo, antes de volver a meter os labios no Barrantes podía soltar un Por iso en Españistán sempre tivemos os mellores xogadores de fútbol.
Cando o reloxo avisaba das tres en punto, Capitán Jacinto burlaba as propostas e os convites dos compañeiros cun intransixente Marchoqueteñoquemarchar. Pero nunca marchaba sen deixarme un regalo para pensar: podería dicirme Recorda, rapaz, que a arma máis perigosa do mundo é a ignorancia, ou algo polo estilo, e eu observaba con admiración como desaparecía pola porta aquel home de mundo. Non sei que opinaría Jacinto de que estean collendo o seu reprobado e amado Españistán, cortándoo en trociños e vendéndoo no sueste asiático como si foran as pezas dun coche, probablemente fixera un bo proxectil gramático para lanzalo na taberna, algo sobre a indecencia, sobre o deshonor, sobre que as persoas van e veñen pero soamente permanecen os pobos, sobre que as únicas xeracións que pagan a pena son as que loitan por antepoñer a dignidade dos seus descendentes á comodidade propia. Un día Jacinto non apareceu ás 14,30. No enterro souben que o meu querido Capitán pasara toda a vida traballando no matadoiro para alimentar á súa necesitada familia. Aquel home de mundo tiña a casa chea de libros de viaxes, de novelas de aventuras, de todas as disciplinas e coñecementos da vida. Foi un dos mestres, dos viaxeiros máis incansables que coñecín no camiño da miña vida. Era, Capitán Jacinto, dunha caste de persoas das que Españistán está moi falto.
(Publicado en Zona Temporalmente Autónoma, A Peneira nº 69– Ano VII –marzo, 2010)
Non sempre fun de bo comer. O pracer pola comida converteuse nunha das poucas cousas que adquirín coa idade e coa experiencia. Digamos que tiven unha preadolescencia de Nocilla e unha adolescencia de beiconconqueixo; malcomín polos vinte entre espaguetis, churrascos, maicitos das cervexas, pero agora, con trinta e poucos, fago a ola diante dun cocido e persígnome en acción de gracias se teño diante uns canelóns de bacallau e espinacas de La Cueva. E non crean que foi un camiño de rosiñas, non tal, esta a miña evolución dende a cociña «basical minimalist» – é dicir, de pan e fiambre – ata descubrir que o forno tiña máis utilidades que secar os calcetíns. Levoume o seu tempo. Tiven incluso que resolver fundamentais conflitos internos, especialmente no tocante ao sacrificio animal. Admito que sempre fun vexetariano de vocación, aínda que na práctica exercitei como carnívoro. A miña progresión cara este postrero omnivorismo foi producida pola mirada que meu pai me dedicou cando entrei por casa un día e sentenciei que dende aquel momento negábame a comer carne. Meu pai levantou a vista, miroume a fito, e con esa sutileza fantástica das miradas cargadas de contido eu deixei de ser vexetariano. Ipso facto. Fun vexetariano catro segundos. Teñamos en conta que naquela mesa de cea meu pai era carniceiro, miña nai era carniceira, meu irmán era carniceiro, e traballaba e traballara coa carne gran parte da miña familia dende a creación de Frigolouro. E debido á aquela mirada que agora agradezo continúo gozando dos placeres do chuletón. Non podo dicir que a miña vida non estea relacionada coa carne, non señor. Con trece anos coñecía gran parte dos matadoiros do sur de Galicia, e visitaba con frecuencia os grandes mercados gandeiros de Salgueiriños e Escairón. Non negarei que o polbo «á feira na feira» contribuía a que quedaran gravadas no meu recordo aquelas xornadas fantásticas, como tampouco refuto que esta conxuntura insensibilizoume un chisco no tocante ao sacrificio dos animais, con fins exclusivamente alimenticios. Pero tampouco tanto. Aínda distingo entre ir a un matadoiro e vivir nun matadoiro. E cando vexo pasar eses olorosos camións cheos de porcos pola rúa porriñesa do Progreso acódenme á mente aquelas xornadas gandeiras da miña infancia. E penso no paradoxo que representa para os porcos ese camiño nos camións-mofeta: camiño que para nós é do progreso e para eles corredor da morte. Pola noite, cando aínda permanece no ambiente do pobo un sutil recordo do aroma porcino, un pode pasear pola rúa Manuel Rodríguez entre os alaridos de centos de porcos que están a ser sacrificados, e tentar adiviñar a forma de utilizar esa banda sonora como reclamo turístico. Se cadra, podiamos bautizar o muro do Cando como «O muro das lamentacións», que corre un tupido velo sobre todo aquelo que non gusta, vía incluída, ou facer unha curtametraxe para Cans, unha versión de Apocalipse Now con alguén que interpretara a Robert Duvall na guerra do Vietnam, con sombreiro e torso espido, substituíndo o ruído dos helicópteros por sonoros gruñidos, enunciando filosófico “Cheiras iso, verdade? É porco, nada no mundo cheira como iso. Gústame o olor a porco pola mañá. Levamos toda a noite cortándolles o pescozo e agora xa non queda ningún deses porcos de merda”. Non che sei… como reclamo turístico pode que non quede elegante, se cadra resulta pouco atraínte, pero tampouco é cuestión de que todos os pobos teñamos que vivir do turismo. Alguén ten que facer o beicon. O certo é que temos o tema metido na cabeza. E así cando a sabedoría popular porriñesa debe bautizar algún espazo público sen nome sempre bota man da gastronomía. Aí está o Cruce do Costilleta, o Camiño do Colesterol ou a Praza do Lizarrán, da que coñezo xente que se mudou por cousa das noites de insomnio consecuencia de vivir no medio dun matadoiro. Se cadra aí podiamos facerlle un busto a Haníbal Lecter e rebautizala como A Praza do Silencio dos Cordeiros, ou do Silencio dos porcos, con Jodie Foster no papel de Clarice, aquela muller que aínda despertaba polas noites escoitando os gritos dos animais sacrificados na súa infancia.
(Publicado en Zona Temporalmente Autónoma, A Peneira nº 68– Ano VII –febreiro, 2010)
Non é que teña un problema especial co inglés. Especial non é. Pásame o mesmo con outros idiomas bárbaros nos que tropezo, deixando de lado o galego, o castelán e o arxentino. Non sei que me pasa que hai un momento aí que me atasco, e non hai maneira. Mira que o teño intentado, e nada. Que me desespero e deixo de estudar periodicamente. Pero entre período de estudo e período de estudo o teño aí, rosmándome na cabeza como unha mosca cojonera «hai que estudar – zumba -, tes que porte co inglés- zumba que te zumba». Por aquí, na terra, non pasa nada con esta a miña pequena carencia. En España a planilla dos currículums vitae ven co inglés medio – falado e escrito – por defecto. Pregúntaslle a alguén, «e ti cos idiomas, que tal?». E dinche, home, eu cos idiomas ándolle aíaí – quedan pensando – aíaí lle ando... defendéndome.E de súpeto replícaslle «dime en inglés iso que me acabas de dicir». E o deixas abaneando. Fuck you, responde. Por aquí andamos así, a maioría. Pero por alí fóra xa é outro cantar. Din os estranxeiros que os españois somos simpáticos porque sempre andamos a rir. Dinnos algo e nós rimos, o carallo. Somos simpáticos porque non entendemos o que nos din. Botámonos a rir e por aí nos imos defendendo. Vas por London sacando fotos e achégase un e pregúntache en inglés «perdoe, bo señor, non terá vostede hora por un casual?» e ti quedas parado e bótaste a rir. Monday, lle dis. Queda abaneando. «Spanish?» pregunta, «espanis yes, yes», e os dous a rir. Os españois sodes a hostia, comenta o tipo en inglés, mira que sodes simpáticos tío.
Logo hai cousas coas que me parto. Por exemplo, teño un amigo que afirma que os ingleses non saben falar inglés. Non teñen nin idea, dime. Os holandeses, por exemplo, falan un inglés cojonudo, enténdeselles mellor, proclama. Aos ingleses non lles entendes nada. Nothing. Él é outro dos que se defende co inglés, ándalle aíaí. A Foreign Office, chámoo. Pensa que eu non falo e pónseme co inglés cada dous por tres. Dille que lle pasa ás veces, que cambia do español ao inglés sen darse de conta, que é ambidiestro. É unha cousa fenomenal. Pero eu, que fun jevi antes de ser punki, doume de conta de que me está a recitar unha canción. «Esa é de Guns N’Roses», aseguro, menuda jeta. Non tal, me responde. Pero pídolle que me diga o mesmo en español e dime fuck you.
Eu tamén teño un par de trucos para momentos especiais, non se crean. O primeiro é que cun par de Gin Tonics un fala mellor inglés. Vai perdendo o medo, a vergoña, que sei eu, deixa correr as eses con máis soltura. Con outro aquel. Tamén pode ir baixando a voz a medida que vai dicindo unha palabra: empezas sempre con voz potente e acabas nun susurro. Non fai falla que esa palabra exista, pode vostede dicir o primeiro conxunto de letras e sons que se lle veñan aos labios. Ese é outro truco, dicir calquera cousa pero dicila con convicción. Que pareza inglés. Se parece inglés, moito mellor, claro. O interlocutor nunca lle preguntará que carallo acaba vostede de dicir. Non demostrará as súas carencias. Recorde que todos sabemos inglés. Aínda que sexa de nivel medio. Un español nunca afirmaría que non sabe. Un español nace co inglés por defecto. Non lle diría repeat, please. Como moito botaríase a rir. «Monday», podería susurrar. Se di Monday podemos desbarrar. Podemos levantar unha cella mirándoo con condescendencia e resignación e comentar de pasada «Jesús, que país...».
Tiña eu outro amigo que a veces saía de farra o sábado pola noite e lle cadraba a luz do domingo pola mañá. Imaxínense a coxuntura de estar toda noite aprendendo inglés (inglés de Gin Tonic, me refiro) e ter que atravesar camiñando o pobo de punta a rabo nese estado, a esas horas, con todos os veciños paseando ociosos. Pero lonxe de amilanarse, antes de atravesar o pobo meu amigo compraba o xornal para finxir que se levantara cedo, para aproveitar unha mañá de domingo. Cruzaba o pobo sorrinte e saudaba a todo quisqui. Transformaba un problema nunha oportunidade. Ás veces ata compraba curasáns, o cabrón. Co xornal e os curasáns era total. Os pais dos seus amigos poñíano de exemplo para os seus fillos resacosos na comida do domingo. Aquel era un home feito e dereito, admitían. Cando o vían co New York Times debaixo do brazo era o acabose. O inglés dáballe o toque de distinción que lle faltaba. Desbarrara, o Times significaba en clave unha noite épica. Os fillos, claro, dicían «monday» e botábanse a rir.
(Publicado en Zona Temporalmente Autónoma, A Peneira nº 67– Ano VII –xaneiro, 2010)
A riqueza é como a enerxía: nin se crea, nin se destrúe, soamente se transforma de estado e cambia de mans. Esta é unha verdade de pura matemática que me custou aprender no colexio porque explicáronma con chocolatinas. Dicíame o profesor «a ver, zopenco, outra vez: se Pedro ten 8 chocolatinas e lle da 6 a Manolo, que tiña 2, ¿con cantas chocolatinas queda cada un?». Eu, que sempre fun moi realista e non asimilaba esa abstracción da maldita aritmética, quedaba de pé, mirando para o encerado coa tiza nas mans durante uns dramáticos segundos, e respondía resoluto «Pedro queda con 8 e Manolo con 2». Despois preocupábame por esquivar o borrador que me enviaban a velocidade de cruceiro en dirección á cabeza. O problema real, o que non era capaz de asimilar, era que Pedro puidera entregarlle 6 chocolatinas a Manolo así polas boas. Se o profesor dixera que Pedro era parvo, ou que Manolo lle dera con antelación dúas hostias para facilitar a desinteresada transacción podería chegar a entendelo. Pero así sen máis, non. Sentaba no meu sitio, intrigado, confuso, sacudíndome os restos de tiza do pelo, e o meu compañeiro que era máis racional que eu, inclinábase sobre o pupitre e tranquilizábame cómplice: «o problema é que Pedro non comprende que só hai 10 chocolatinas en xogo».
Anos despois, este o meu apaixonado interese polas matemáticas que esperta en min de década en década, volveu a aparecerme no medio do camiño da vida baixo o nome de Principio de Pareto. O tal principio indica que o 20 por cento dos membros dunha sociedade posúen o 80 por cento da súa riqueza, e, sendo a riqueza finita – é dicir, soamente están en xogo 10 chocolatinas, non máis – o que ten un membro deixaría de telo o outro pasando dun 80 a un 20%.
Xa sei que o Principio de Pareto é un regra inxusta, pouco equitativa e nada igualitaria, pero con ela podía explicar moitas das cousas nas que estaba inmerso. Con ela explicaba a existencia dun 1º Mundo e dun 3º Mundo ou a presenza, dentro de cada mundo, dunha minoría de ricos e unha maioría de pobres. O principio de Pareto quedoume gravado na cabeza grazas á pedagoxía práctica – a golpe de borrador -, razón pola cal logo fun quen de identificar calquera proceso gobernado polo mesmo.
Daquela podo dicir que o acontece neste mundo globalizado no que hai tempo se preocupan por tirar as fronteiras estase a producir polo Principio de Pareto. Así, no primeiro mundo hai unha desaceleración acelerada da economía, crecen os parados, pechan as empresas... e nos países emerxentes (como China, India ou Brasil, Indonesia, Malaisia, etc.) prodúcese, á inversa, unha acelerada aceleración da economía, diminúen os parados e abren a maior parte das empresas que pechan aquí. Polo tanto, a cousa non trata de que o mercado de traballo está aletargado, invernando como os osos, senón que está largándose para outro lado e dubido moito que volva algún día. Chámanlle «deslocalización».
A cousa trata de que está funcionando o Principio de Pareto, e non por inercia. Os que nos roubaron unha vez – crearon esta crise económica -, e dúas veces – os mesmos que roubaron baleiraron logo as arcas do Estado coa escusa de arranxar as cousas -,estannos roubando de novo poñendo en marcha este principio, levándose para outras partes a riqueza e cargándose o edificio social que nos custou xeracións construír. Á par, argallan manobras de despiste para manternos ocupados noutras lides, como o terrorismo, Obama ou a Gripe A coa que, por certo, volveron a roubarnos de novo. Éche un ladrón con tres cabezas – Económica, Política e Medios de Comunicación – pero co mesmo corpo, e a solución que nos propón desta vez é recortar os poucos dereitos laborais que aínda nos quedan. Se calquera de nós fóra tan manifestamente incapaz, inútil e indecente como os que nos meteron na ruína, que non foron os traballadores, estaría de patiñas na rúa respectando toda a lexislación laboral vixente, polo que coido que non será problema dela. Quizais si desta sociedade aletargada e distraída na que vivimos, que o permite todo.